jueves, 16 de octubre de 2025

PEDRO MARTÍNEZ ALDAZ de Casa Pedropelaire.

 

CHARRANDO CON PEDRO MARTÍNEZ ALDAZ JIMÉNEZ BURGUETE, DE CASA PEDROPELAIRE

 


                Es verano. Pedro me recibe en su fresca casa de Luesia, por Barrionuevo, rodeado de fotos en blanco y negro del pueblo, sus abuelos, padres y familia. Pedro vive feliz y contento con las familias de sus dos hijos: Mari Carmen y Pedrito, de los que se siente bien orgulloso.

                Nació en 1927, en el populoso Barrio de La Fuente, en “Casa Pedropelaire”, en una casa que hoy  es sede de una peña. Este año 2025 cumple 98 años. Es quinto de José de Joaquín de Juana (José Sabalza) y un año más joven que Florencia Aragüés. Los tres viven. Sus padres fueron Alejandro y Carmen y sus hermanos, Felicitas y Francisco.

                Fue al colegio de las Anas hasta los 6 años y ahí aprendió a leer y a sumar con las hermanas Pilar y Julia. Las chicas mayores aprendían a coser, bordar, hacer ganchillo… Un colegio, levantado gracias a la Fundación Aruej pero que hubo de finalizarse “a vecinal”. Recuerda que su padre Alejandro y Julián de Casa Pedrico cortaron pinos en la “Varilla Estrecha”, por la parte de Sibirana/Sibrana, para el tejado del que fuera colegio de las monjas.

                Del colegio de las monjas pasó a las Escuelas Nacionales, que estaban en el Ayuntamiento con un maestro de Uncastillo llamado D. José. Para encender la estufa, cada zagal llevaba un leñazo. El recreo lo pasaban en las eras de Melero y de Fernando… dando patadas a una pelota y organizando guerras a pedrada limpia, que producían alguna “cuquera” que otra…  pero la cosa no iba más allá. “Mocé… ¡Cómo han cambiado los tiempos y los críos!”

                La mayor “trastada” que recuerda de crío fue con el vinatero que vendía vino “a granel”. Cuenta que dejó el “tino” con vino en la plaza de La Fuente, junto a La Posada, y al volver encontró mareados a los zagales de los tragos que se habían echado. También recuerda que “hacían carbón” en una cueva que hay subiendo a Santa Cruz y se lo vendían a “La Estanquera” (Rosario Marcellán) para su brasero, que vivía en El Burgo.

                A los 7 años ya iba de “repatán” con el “atajo” de ovejas ayudando a su abuelo Simón Aldaz al que nombra con frecuencia. Pedro dedicó muchos años de su vida al oficio de pastor que combinaba con los trabajos del campo en la lejana Barrera de Pedropelaire por Fayanas, a hacer hoyos, plantar pinos…  También fue al Valle del Roncal, donde llegaron a coincidir 22 pastores del pueblo. Cuenta muchas anécdotas vividas en los corrales, con los animales, ordeñando…porque el pastoreo es una constante en su infancia y su juventud entre Luesia y los montes. Un tiempo pasado en el que, me insiste, no se tenían tantas necesidades absurdas y secundarias como tienen ahora niños/as y jóvenes. ¡Con qué poco se iba pasando la vida! Eso sí, siempre con la obsesión de trabajar en lo que fuera para llevar cuatro pesetas a casa. Todo ha cambiado mucho… y no sabe si hasta demasiado y hasta expresa cierto temor con que “no vaya a venir algo”. Cuidado, ojo… dice Pedro.

                Siendo un niño y estando segando por Itorre, sería el año 36 o 37, vieron a mucha gente de Uncastillo andando y con caballerías hacia Bañón … con rumbo a Francia. Era la guerra. Su memoria es prodigiosa y recuerda nombres y apellidos de tanta gente que sufrió, huyó y murió. A Pedro se le enrasan los ojos porque aún no ha logrado entender “por qué paso lo que pasó.” Recuerda al detalle ajustes de cuentas, venganzas, el miedo a los cuarteles y a los camiones, el silencio, el miedo a hablar, los hombres con nombres y apellidos que huyeron desde el monte sin volver a casa a despedirse de su familia, los ternascos que les “exigían” a los pastores los “cabecillas” del pueblo, a los que sufrieron los campos de concentración, los humillantes “desfiles” por las calles cantando de forma obligada himnos militares con mujeres con el pelo rapado al cero…   Pedro habla despacio y ha bajado la voz. Me manda cerrar la ventana por si acaso… y rompe a llorar cuando recuerda como, siendo un niño, se encaramaba a la ventana y veía sacar de sus casas a gentes buenas, a personas trabajadoras, inocentes y humildes…  para llevarlos a la cárcel y a la muerte. Aquello se le quedó grabado a fuego. Pedro, aún no lo entiende, lo siente y lo sufre porque fue horrible y no lo puede olvidar. A él también le toco vivir una penosa e inexplicable experiencia. Ocurrió plantando pinos en Bagüés. Los encargados los trataban sin ningún tipo de respeto. Se sentían humillados. Un día, los 150 jornaleros, en señal de protesta, tiraron “los ajaus” a las hoyas… había que dar un escarmiento para reprimir aquello con quien fuera.  Le tocó a Pedro y 3 compañeros más.  No había hecho nada. Era inocente. Sin causa ni explicación alguna, un Capitán de Ejea los llevó detenidos a la cárcel de Sos del Rey Católico. Permanecieron 26 días encarcelados. Tenían que escotar para que la carcelera les hiciera algo de comer. Recuerda tanto las sopas de ajo… y los soltaron, también sin ninguna explicación, cuando el Sr. Gobernador Civil visitó Sos el 16 de diciembre de 1953.

Pedro cuenta una anécdota que nos va muy bien para serenar las emociones y reírnos un poco. Le ocurrió con Fermín del Pití, al que una autoridad le prohibió cantar una canción y le multó con 5 duros. Fermín le contestó: múlteme con 10, si quiere, pero yo canto la canción…y la cantó (y pagaría la multa): “Les parecía a los ricos, que los pobres se morían. Con un grillón de cebolla, estamos como cebones.” La dignidad.

                La mili en Zaragoza la recuerda feliz porque nunca había vivido ni comido tan bien como “machacante” encargado de hacer recados. Era como vivir sin casi trabajar, comparando con lo que ya le había tocado.

              La mujer de su vida fue Raquel, de Casa La Lucieta. Se casaron a las 6 de la mañana, desayunaron y se fueron dos días de viaje de novios a Barcelona. A Pedro, le costó mucho convencer a Raquel para que dejara el pueblo y su familia y bajara a Zaragoza para empezar una nueva vida. En Luesia no había trabajo. Pedro marchó antes, en el año 56, y se hospedó en la Posada San Benito de la calle Alfonso. Trabajó de peón cavando los cimientos de la Facultad de Veterinaria, en una casa de transportes cargando camiones, de “fardero” en una harinera manejando sacas de 100 kg, con una máquina de hilos en la textil Rodrigo, horas extras escardando esparto para los sillones que hacía Mariano Barbed… para pagar las 528 pesetas de su “pisico de alquiler” en la Avda. Madrid. Todo cambió desde que entró a trabajar en Vitrex/Balay… y se pudo permitir comprar un piso nuevo, arreglarse una casa en Luesia… y cumplirse alguno de sus sueños. Costó pero luchó y lo consiguió. Se siente muy satisfecho.

                Tras más de dos horas de charrada, Pedro me sorprende con unas palabras que enmarcaría. A Luesia, están llegando emigrantes y Pedro dice: ”Yo también me siento emigrante. Igual que vienen ellos ahora, lo mismo hice yo marchando a Zaragoza. Nos escapamos porque queremos comer y soñar con un futuro mejor”. Ufff…

                La vida de Pedro es similar a la de tantos y tantos luesianos que vivieron la infancia y parte de su juventud en el pueblo pero que decidieron marchar en busca de mejores oportunidades, que la mayoría consiguieron, trabajando y “excusando mucho”. Seguro que al leer este relato, les habrá venido al pensamiento vivencias y experiencias similares.

Nos despedimos con un franco apretón de manos. ¡Buen hombre! Agradezco mucho el buen rato pasado con este excelente conversador, con este enorme luesiano, un hombre sencillo y cabal lleno de sentido común, excelente persona, que ha luchado y trabajado mucho, que nadie le ha regalado nada y teniendo siempre a su familia en el eje de las decisiones de su vida. Muy buena gente. Un hombre digno que desprende bonhomía. Ha habido un pelín de tristeza y amargura en la charrada, por las injusticias vistas y vividas, los silencios, el miedo a gritar la verdad… y que

Espero la conversación le ha ayudado a verbalizar y exteriorizar lo mucho que lleva dentro”.  No sé si a sanar. Los recuerdos están y estarán ahí.

Gracias, Pedro.

 

                                                                                                        Alfonso Cortés Alegre

                                                                                                          Luesia 16.07.2025