martes, 9 de septiembre de 2025

MIS RAZONES PARA SER MAESTRO. Alfonso Cortés Alegre


 

domingo, 17 de enero de 2010

Mi razón, una razón más para ser maestro de escuela, por Alfonso Cortés Alegre

Nací en los años 50, en el seno de una familia rural típica del pre-pirineo aragonés. Eran tiempos de subsistencia, casi de trueque. Mi padre, como muchos, no sabía leer. Mi madre valoraba mucho la escuela y no pudo estudiar pronto porque la mandaron a “servir”.
Teniendo cinco añicos, mi madre me llevó al colegio de las monjas que me enseñaron “la m con la a: ma”… y ví por primera vez una cartilla, un libro, una imagen. Me di cuenta de que la clase del colegio era algo muy distinto al patio o a la cocina de mi humilde casa. La monja sabía otras cosas que mis padres y abuelos; y en el colegio descubrí muchas cosas del mundo, que yo pensaba empezaba y acababa en Luesia. En mi primera infancia, ni existió la prensa ni la radio ni la televisión, y al cine semanal sólo iban los mayores. El colegio era una ventana al mundo y la monja me asomaba a la ventana. Me gustaba el colegio, me gustaba la monja.
En los años 60, con siete u ocho años, pasé a la Escuela Nacional de niños. Ni la escuela ni los maestros me gustaron. Tenía miedo de no aprender, de “fallar” cuando me preguntaran, me faltaba confianza y a los maestros los sentía muy lejos de mí. Era la escuela de mover y mover la muñeca para escribir y escribir…, entendiendo o sin entender. Yo no estaba bien en la escuela y me acordaba del colegio de las monjas.
Una mañana, cuando ya tenía diez u once años, vino a la escuela un fraile salesiano. Aún recuerdo su nombre. Y preguntó: “¿Quién quiere venir a estudiar a Sádaba?” “Yooo”, dije mientras mi mano se levantó como un resorte. El fraile me espetó: “Tendrás que levantarte a las siete, limpiar el colegio, ir a misa, estudiar y hacer deporte”. “De acuerdo”, fue mi respuesta. De inmediato quedamos en que tendría que ir un mes de pruebas a Zaragoza, en el mes de agosto.
Y mi madre empezó a marcar la ropa con mis iniciales A.C.A. El día de tomar el autobús se ahorcó el macho. Eso era un duro golpe para la economía familiar, porque ahora le resultaría más difícil labrar las tierras a mi padre enfermo del corazón. Mis padres decidieron que no podía marchar, que debía quedarme en casa. Pero iba a ser que no. Cogí la maleta y me fui a coger el autobús. Por fortuna, mi madre, madres no hay más que una, me siguió y me acompañó hasta el colegio salesiano de Zaragoza.
Ni los mejores efectos especiales de las películas diseñadas por ordenador, me han impresionado más que el cambio de una escuela rural a un colegio urbano de los salesianos: clases amplias y luminosas, mesas y sillas nuevas, duchas, biblioteca, libros y libros… y unas pistas deportivas… donde jugaban equipos equipados, competiciones oficiales con árbitro…
Pasó el mes de prueba, y al seminario de Sádaba. Un centro también espléndido con dormitorios para más de 100 chicos, duchas, frontón, piscina, teatro, televisión, pianos…
En los salesianos daban clases frailes y seglares. Eran dos mundos, dos formas de concebir la educación. Los profesores de instituto contratados nos explicaban muchas cosas, nos mandaban muchos deberes, nos ponían muchos exámenes, nos preguntaban mucho en clase, nos obligaban a memorizar y memorizar…Mis queridos frailes salesianos también hacían lo mismo pero de otra manera, con otra actitud, “con otra mirada”, con otra llegada hasta mi persona. Yo creo que nos querían. Cuando veía cómo trabajaban en clase los frailes, me enamoré de la profesión de ser docente.
Al cerrarse el seminario de Sádaba nos llevaron al seminario de Campello (Alicante). Las mismas experiencias, las mismas sensaciones… Tenía claro que yo no quería ser fraile salesiano, sino maestro seglar.
En los años 70 dejé el seminario y pasé a finalizar el bachillerato (6º) y el COU al Instituto Laboral de Ejea de los Caballeros. A la mayoría del profesorado lo percibo distante, lejano, sabio, salvo al profesor de Filosofía que intenta ordenar mi cabeza, insistiendo en la importancia de entender el mundo que nos rodea y aprender a ser persona, ciudadano… Eso, desde luego, me pareció algo importante y me di cuenta de que yo también podría enseñar a otros chicos si hacía Magisterio. Aunque muchos, gracias a mi buena memoria y mis buenas notas, me recomendaron “apuntar un poco más alto que ser maestro de escuela”.
En los tiempos de la transición política -1975-1978- cursé Magisterio en Zaragoza. En la Escuela Universitaria aprendí poco, muy poco, pero saqué notas excelentes y me convertí en funcionario por acceso directo.
Mi primer destino: Unitaria de Sancho Abarca-Tauste con catorce niños de cuatro niveles. Empecé a dar clases y clases, a explicar temas y temas, a “aburrir” a los niños, a agobiarme yo, a hacer exámenes sin conocimiento, porque eso era lo que habían hecho conmigo y asé era cómo yo había aprendido. Pronto me di cuenta de que los chicos aprobaban los exámenes pero se les olvidaba todo enseguida, creyendo que así realmente no aprendían. En aquel momento pensé que era un mal maestro, estando a punto incluso de dimitir y renunciar al puesto de trabajo. Sin embargo, tras haberle comentado cuál era mi propósito a la veterana maestra del pueblo de al lado, reconsideré mi actitud. A partir de ese instante, tomé la determinación de acudir todos los días a Santa Engracia-Tauste para que Carmen me empezara a enseñar a “ser maestro” : “Deja un poco de lado los libros de texto, enséñales lo fundamental, parte la pizarra en cuatro partes para cada nivel, mientras explicas a los de segundo que los de cuarto den de leer a los de primero…” Siguiendo al pie de la letra estas recomendaciones, empecé a aprender a ser maestro y mejoré siendo maestro acudiendo a cursos y cursos, con grupos de trabajo, seminarios, lectura, etc. en los centros de profesores. Sabía que era maestro volcado con mis chavales pero que estaba actuando como la mayoría de mis profesores de instituto, y en los años 80 sufrí una crisis de identidad profesional. Esta crisis me animó a entrar con ilusión en grupos de innovación, en programas como el de integración escolar. Entonces es cuando “mandé más que los libros de texto” y empecé a sentirme fraile salesiano: sabía que otra escuela era posible.
Actualmente tengo responsabilidades educativas en el CPR de Ejea de los Caballeros. Cuando vuelva a la escuela lo haré con la idea de “enseñar a mis chic@s a aprender haciendo”, de compensar desigualdades sociales, de ayudarles a ordenar sus cabezas, de sacar lo mejor de sí mismos, de prepararles tareas para que “todos” puedan aprender, y crecer, y ser, y querer… para que sean buenas personas y lo más competentes posible como ciudadanos. Es la jubilación. Toda una vida para acabar aprendiendo esto.
Alfonso Cortés Alegre.
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Mi razón, una razón más para ser maestro de escuela, por Alfonso Cortés Alegre

Nací en los años 50, en el seno de una familia rural típica del pre-pirineo aragonés. Eran tiempos de subsistencia, casi de trueque. Mi padre, como muchos, no sabía leer. Mi madre valoraba mucho la escuela y no pudo estudiar pronto porque la mandaron a “servir”.
Teniendo cinco añicos, mi madre me llevó al colegio de las monjas que me enseñaron “la m con la a: ma”… y ví por primera vez una cartilla, un libro, una imagen. Me di cuenta de que la clase del colegio era algo muy distinto al patio o a la cocina de mi humilde casa. La monja sabía otras cosas que mis padres y abuelos; y en el colegio descubrí muchas cosas del mundo, que yo pensaba empezaba y acababa en Luesia. En mi primera infancia, ni existió la prensa ni la radio ni la televisión, y al cine semanal sólo iban los mayores. El colegio era una ventana al mundo y la monja me asomaba a la ventana. Me gustaba el colegio, me gustaba la monja.
En los años 60, con siete u ocho años, pasé a la Escuela Nacional de niños. Ni la escuela ni los maestros me gustaron. Tenía miedo de no aprender, de “fallar” cuando me preguntaran, me faltaba confianza y a los maestros los sentía muy lejos de mí. Era la escuela de mover y mover la muñeca para escribir y escribir…, entendiendo o sin entender. Yo no estaba bien en la escuela y me acordaba del colegio de las monjas.
Una mañana, cuando ya tenía diez u once años, vino a la escuela un fraile salesiano. Aún recuerdo su nombre. Y preguntó: “¿Quién quiere venir a estudiar a Sádaba?” “Yooo”, dije mientras mi mano se levantó como un resorte. El fraile me espetó: “Tendrás que levantarte a las siete, limpiar el colegio, ir a misa, estudiar y hacer deporte”. “De acuerdo”, fue mi respuesta. De inmediato quedamos en que tendría que ir un mes de pruebas a Zaragoza, en el mes de agosto.
Y mi madre empezó a marcar la ropa con mis iniciales A.C.A. El día de tomar el autobús se ahorcó el macho. Eso era un duro golpe para la economía familiar, porque ahora le resultaría más difícil labrar las tierras a mi padre enfermo del corazón. Mis padres decidieron que no podía marchar, que debía quedarme en casa. Pero iba a ser que no. Cogí la maleta y me fui a coger el autobús. Por fortuna, mi madre, madres no hay más que una, me siguió y me acompañó hasta el colegio salesiano de Zaragoza.
Ni los mejores efectos especiales de las películas diseñadas por ordenador, me han impresionado más que el cambio de una escuela rural a un colegio urbano de los salesianos: clases amplias y luminosas, mesas y sillas nuevas, duchas, biblioteca, libros y libros… y unas pistas deportivas… donde jugaban equipos equipados, competiciones oficiales con árbitro…
Pasó el mes de prueba, y al seminario de Sádaba. Un centro también espléndido con dormitorios para más de 100 chicos, duchas, frontón, piscina, teatro, televisión, pianos…
En los salesianos daban clases frailes y seglares. Eran dos mundos, dos formas de concebir la educación. Los profesores de instituto contratados nos explicaban muchas cosas, nos mandaban muchos deberes, nos ponían muchos exámenes, nos preguntaban mucho en clase, nos obligaban a memorizar y memorizar…Mis queridos frailes salesianos también hacían lo mismo pero de otra manera, con otra actitud, “con otra mirada”, con otra llegada hasta mi persona. Yo creo que nos querían. Cuando veía cómo trabajaban en clase los frailes, me enamoré de la profesión de ser docente.
Al cerrarse el seminario de Sádaba nos llevaron al seminario de Campello (Alicante). Las mismas experiencias, las mismas sensaciones… Tenía claro que yo no quería ser fraile salesiano, sino maestro seglar.
En los años 70 dejé el seminario y pasé a finalizar el bachillerato (6º) y el COU al Instituto Laboral de Ejea de los Caballeros. A la mayoría del profesorado lo percibo distante, lejano, sabio, salvo al profesor de Filosofía que intenta ordenar mi cabeza, insistiendo en la importancia de entender el mundo que nos rodea y aprender a ser persona, ciudadano… Eso, desde luego, me pareció algo importante y me di cuenta de que yo también podría enseñar a otros chicos si hacía Magisterio. Aunque muchos, gracias a mi buena memoria y mis buenas notas, me recomendaron “apuntar un poco más alto que ser maestro de escuela”.
En los tiempos de la transición política -1975-1978- cursé Magisterio en Zaragoza. En la Escuela Universitaria aprendí poco, muy poco, pero saqué notas excelentes y me convertí en funcionario por acceso directo.
Mi primer destino: Unitaria de Sancho Abarca-Tauste con catorce niños de cuatro niveles. Empecé a dar clases y clases, a explicar temas y temas, a “aburrir” a los niños, a agobiarme yo, a hacer exámenes sin conocimiento, porque eso era lo que habían hecho conmigo y asé era cómo yo había aprendido. Pronto me di cuenta de que los chicos aprobaban los exámenes pero se les olvidaba todo enseguida, creyendo que así realmente no aprendían. En aquel momento pensé que era un mal maestro, estando a punto incluso de dimitir y renunciar al puesto de trabajo. Sin embargo, tras haberle comentado cuál era mi propósito a la veterana maestra del pueblo de al lado, reconsideré mi actitud. A partir de ese instante, tomé la determinación de acudir todos los días a Santa Engracia-Tauste para que Carmen me empezara a enseñar a “ser maestro” : “Deja un poco de lado los libros de texto, enséñales lo fundamental, parte la pizarra en cuatro partes para cada nivel, mientras explicas a los de segundo que los de cuarto den de leer a los de primero…” Siguiendo al pie de la letra estas recomendaciones, empecé a aprender a ser maestro y mejoré siendo maestro acudiendo a cursos y cursos, con grupos de trabajo, seminarios, lectura, etc. en los centros de profesores. Sabía que era maestro volcado con mis chavales pero que estaba actuando como la mayoría de mis profesores de instituto, y en los años 80 sufrí una crisis de identidad profesional. Esta crisis me animó a entrar con ilusión en grupos de innovación, en programas como el de integración escolar. Entonces es cuando “mandé más que los libros de texto” y empecé a sentirme fraile salesiano: sabía que otra escuela era posible.
Actualmente tengo responsabilidades educativas en el CPR de Ejea de los Caballeros. Cuando vuelva a la escuela lo haré con la idea de “enseñar a mis chic@s a aprender haciendo”, de compensar desigualdades sociales, de ayudarles a ordenar sus cabezas, de sacar lo mejor de sí mismos, de prepararles tareas para que “todos” puedan aprender, y crecer, y ser, y querer… para que sean buenas personas y lo más competentes posible como ciudadanos. Es la jubilación. Toda una vida para acabar aprendiendo esto.
Alfonso Cortés Alegre


VÍDEO FOTOS ANTIGUAS DE LUESIA 1.


VÍDEO FOTOS ANTIGUAS DE LUESIA 1.






miércoles, 3 de septiembre de 2025

CINCUENTA ANIVERSARIO DE LA ORDENACIÓN DE JOSÉ ALEGRE ARAGÜÉS COMO SACERDOTE.

 


GENTES DE LUESIA. CINCUENTA ANIVERSARIO DE LA ORDENACIÓN DE JOSÉ ALEGRE ARAGÜÉS COMO SACERDOTE.
El 6 de septiembre de 1975, se ordenaba sacerdote en nuestra iglesia parroquial de San Salvador, José Alegre Aragüés, hijo de Félix y Dolores, acompañado de 20 sacerdotes y el Arzobispo Monseñor Cantero Cuadrado. Fue una jornada memorable y entrañable que se vivió con emoción y alegría. Han pasado 50 años y el próximo sábado 6 de septiembre estamos todos/as invitados a acompañar a nuestro querido vecino, amigo y luesiano de pro, Pepe y Pepito para familiares y amistades. Gracias y muchas felicidades.
Él mismo nos invita con estas palabras:
"'Ya han pasado 50 años desde que mi decisión de ser cura se hiciera real y oficial en nuestro pueblo.
He querido celebrar y recordar aquel día porque 50 años es una cifra muy redonda, es mucho tiempo en la vida de una persona y ha constituido el núcleo de mi dedicación.
Me parece fundamental agradecer, a quienes han contribuido a hacer posible este milagro, su aportación.
Nadie puede hacer realidad una vida sin otros.
Dios ha sido muy importante.
También mi pueblo, es decir, todos vosotros, ese mundo que llevamos dentro heredado y hecho un yo personal.
Tanta experiencia de vida y formación dentro y fuera de España.
Tanta dificultad y tensión para hacerlo al estilo que uno quiere.
Tantos obstáculos a superar para no convertir una pasión en rutina o perder la sensibilidad que da sentido de servicio y mensaje de esperanza humana a algo que la mayoría no termina de ver.
Quiero agradecer, reflexionar y compartir, con quienes queráis participar, qué es ser cura.
Será un día muy sencillo con una Misa de acción de gracias, un aperitivo para todos y, por imposibilidad de espacio, una comida familiar para quienes vengan de fuera que han indicado su deseo de acompañarme.
Os sentiré a todos en el corazón. Desde aquí os doy las gracias ya y, como les decía en New York durante mis estancias allí a quienes se creen el centro del mundo, el centro del mundo, para mí, siempre está en Luesia.
Todo lo mido desde este pequeño y entrañable lugar.
¡Pero Luesia somos nosotros!
¡Os quiero!
José Alegre Aragüés

FELICIDADES PEPE.
Hoy, 06.09.25, es día de fiesta grande en Luesia, que celebra el 50 aniversario de la ordenación como sacerdote, del hijo del pueblo y teólogo D. José Alegre Aragüés, el hijo de Félix y Dolores. Es un día para disfrutar de las emociones. A las 12, en San Salvador.
Decir que en su pueblo, para su familia, vecinos y amistades es también conocido popularmente como Pepe y Pepito nos habla de la cercanía humana y accesibilidad de nuestro amigo. Pepe es luesiano hasta la médula. Y ejerce como tal.
Desde hace más 50 años, hemos visto a un seminarista o un cura con su cuadrilla en la peña, la plaza, los bares, rondando y contando con su guitarra, bailando en el Salón de Pascual Lacosta, hablando con todo el mundo a pie de calle, andando por el monte, cogiendo hongos, junto a cada familia, en las celebraciones locales... y ello nos demuestra su popularidad, simpatía, humanidad y cercanía como luesiano de pro con la gente de su querido pueblo. Y también a Pepe lo valoramos, y mucho, por su forma de comunicación en la iglesia y ermita con sus sermones comprensibles por todos/as y "palabras que llegan"....Pepe nos ha regalado una estampa distinta como sacerdote cristiano cercano y accesible que hemos disfrutado cada verano, cada Navidad, en cualquier fin de semana, en momentos difíciles familiares...y trabajando e interviniendo, en silencio, por su pueblo.
La semblanza profesional, académica, formadora y pastoral la dejamos para otro momento.
Creo que Pepe se merece sentir hoy la cercanía y el cariño franco de mucha gente de su pueblo a la que tanto nos quiere. Nosotros también te queremos. Seguro que hoy nos acompaña mucha gente de fuera porque el personaje es conocido y reconocido fuera de Aragón. Estoy seguro de que la jornada va a resulta emocionante y entrañable.
A las 12, nos vemos en la Iglesia Parroquial de San Salvador. Seguro que la ceremonia, la celebración y el momento van a ser históricos. No conviene perdérsela. Después, también estamos invitados todos /as a un picoteo público. Será tiempo para alternar y saludarnos. Gracias Pepe. Ahí estaremos. Un honor y satisfacción.
Muchas felicidades amigo y también para tu querida familia. Buen día.
Y que sigan las fiestas... porque el lunes también es otro día grande: el día de la Virgen, el día de la Virgen del Puyal.
¡ Aupa Luesia y sus gentes!
( Adjunto algunas imágenes de la celebración de la Eucaristía concelebrada en una iglesia de San Salvador llena de familiares, amistades y muchos compañeros del Seminario de Jaca. La ceremonia de acción de gracias, presidida por Pepe, ha sido sencilla, muy didáctica, con una oración de los fieles muy participativa, muchos agradecimientos y aplausos a Mosén Miguel, a Luesia , a Dios, la rondalla... y un emotivo vídeo final recordando la ordenación sacerdotal de hace 50 años. Es difícil que Luesia pueda volver a vivir un acto de estas características. )

Alfonso Cortés Alegre



miércoles, 5 de marzo de 2025

Listado represaliados Guerra Civil. (Luesia) . Santos Plano Giménez. Teniente de Alcalde de Luesia. Asesinado en la Guerra Civil de España (1936-1939). Tumba en el cementerio de Luesia.


Santos Plano (Ordenar documentos)
Error. No es Alejandro Martínez Jiménez sino Francisco Martínez Jiménez. 
(Aclarado por Mari Carmen Martínez, nieta de Alejandro)

La tumba (nicho) del Teniente de Alcalde Santos Plano está en el Cementerio de Luesia.  
Descansa en PAZ, 





Santos Plano Giménez y Concepción Bellido Román. (La niña era una vecina)

La única foto que conservo de mi abuelo Santos Plano Giménez. A su lado mi abuela Concha Bellido Román y la hija de unos vecinos en una foto sin datar posiblemente de 1934.

Tenía 42 años, mujer y 4 hijos. La menor, Palmira, sólo sobrevivió unos meses al asesinato de mi abuelo, cuando mi abuela Concha tuvo que irse del pueblo con la cabeza rapada a buscarse la vida en Zaragoza.

Mi madre pasó su infancia interna en Las Hijas de la Caridad. Concha repartía pan por Zaragoza con la ayuda de sus dos hijos varones y la cosa no daba para más.

Mi abuela vivió muchos años con mis padres en casa. Era una presencia constante que me crio. Mis padres trabajaban ambos y ella se ocupaba de mí, ayudaba en casa y en la pastelería que regentaba mi madre.

Convivimos más de 25 años y rara vez le oí hablar de mi abuelo.

Como en miles de casas, era un tema doloroso y del que no se hablaba. El silencio se rompía ocasionalmente cuando ya de mayor mi madre comentaba algo de su infancia en la que todo hubiera sido diferente si el abuelo hubiera vivido.

Le vino a avisar la guardia civil el día de antes”, decía mi abuela, “porque había ayudado a hacer el cuartelillo. Se escapó brincando por los tejados, pero lo cogieron y me lo mataron”. También comentaba, cuando me veía comer queso, que le gustaba el queso de postre, y que ella iba al mercado todos los meses y compraba un buen queso entero, curado, que le costaba un duro.

Comiendo queso de postre y saltando por los tejados. Así era el recuerdo de mi abuelo que me acompañó durante muchos años.

Todo esto cambió a principios de 2025 gracias a la labor que ha venido haciendo Simién,  la asociación para la memoria histórica de Luesia, que consiguió contactarme. Su interés nace porque mi abuelo es el único represaliado que tiene un nicho en el cementerio, con su lapida identificable y la usan de lugar conmemorativo para poner algunas flores ya que no disponen de otro.

Pequeño homenaje de Simién en Luesia (2022) a los repesaliados en la guerra civil en la tapia del cementerio. El monolito que querían poner en 2024 se lo retiraron.

Gracias a esto descubrí algo más de la historia de mi abuelo. También lo cruel y absurda que sigue siendo la vida en algunos de nuestros pueblos, cuando se habla de las víctimas de la guerra civil, especialmente cuando lo fueron por el bando franquista.

Me he enterado de que mi familia es privilegiada. Tengo a mi abuelo enterrado en su nicho. El único represaliado de Luesia que se sabe a ciencia cierta dónde está enterrado. Sin ser exhaustivo hago un rápido repaso con los datos que maneja Simién. En la fosa de Luna, que está sin localizar, consta por documentos que hay 9 cuerpos. En Rivas también consta que hay luesianos y, aunque encontraron una fosa hace años, en ese caso ninguno era Luesia. En Ejea también consta que hay varios, entre ellos el abuelo de Conchita. En 2025 hicieron una cata y dieron con la fosa, se supone que es la más grande de Aragón con más de 300 personas, aunque la volvieron a cerrar esperando contar con fondos para una correcta exhumación, pues el Gobierno de Aragón en 2024 derogó la ley de Memoria Histórica. A eso hay que añadir que también hay algún vecino que lo mataron en el monte y no se sabe dónde.

La vida es dura. La vida es así. Pero no es la vida, sino personas concretas, las que no han dejado poner una placa en Luesia en recuerdo de estas personas promovida por sus familias o se han preocupado de derogar una ley en vigor que otorgaba cierto consuelo y reparación. Miseria moral en la España integrada en Europa. Me ha parecido muy revelador la frase por la que la asociación de Luesia se llama Simién: «Nos quisieron enterrar, pero no sabían que éramos semillas» (Simién , es semilla o simiente en aragonés).

Gracias a Simién y algo de investigación en internet he podido recuperar un poco a mi abuelo Santos. Me enteré de que era teniente de alcalde en Luesia, cuando lo mataron, como a la mayoría del último consistorio de la República. Al parecer Ubaldo Diest, el alcalde, Jesús Ezquera Azín, el abuelo de Conchita que me contactó desde Simién, y también concejal y mi abuelo, eran buenos amigos.  Los destituyeron tras las revueltas de 1934, en octubre, pero en el febrero del 36 les restituyeron sus cargos

Extracto del artículo de Jesús Ezquerra en «Vida Nueva» celebrando el primer niño nacido en Luesia inscrito en el Registro Civil.

Ahora además de comiendo queso y huyendo por los tejados también le imagino en el pueblo, disfrutando con sus amigos y tratando de conseguir mejoras desde el ayuntamiento para los vecinos.

Sabía que era albañil, aunque mi abuela por orgullo siempre lo consideró aparejador. Que había también ayudado a hacer los nichos del cementerio. Lo que no sabía es que ya entonces le habían amenazado con estrenarlos, como así fue.

Encontré que le condenaron los militares en 1933 aunque no he podio aun acceder a la sentencia, pero parece que estaba relacionada con las revueltas que hubo esos años por la propiedad de las tierras.

Por el árbol genealógico, he visto que era sobrino de Antonio Plano, alcalde de Uncastillo. Aterra la descripción de su asesinato y cómo el ser humano, siendo capaz de hacer tanto bien y crear tanta belleza, pueda ser tan cruel, no desde la distancia, enviando bombas o condenado a la miseria, sino en una brutal cercanía personal.

En el caso de mi abuelo no deja de asombrarme el ensañamiento administrativo que se impone. Además de matarlo lo condenaron un tiempo después a pagar 2.500 pesetas de la época. Estaba “desaparecido”. Le expropiaran la parte que le correspondía de su casa. Mi abuela murió, casi 50 años después, sin ninguna posesión, ni casa, ni tierras… Nunca lo reclamó y nunca nos inculcó rencor, ni ira, ni tampoco miedo. Esa fue su herencia. Quiero creer que lo hizo para que sus nietos no tuviéramos miedo, por amor, para crecer en una sociedad mejor, que nos ha ayudado a ser el país que somos, aunque ella nunca olvidara a su marido.

Mi abuela Concha conmigo en brazos en una foto garabateada por mi mismo de pequeño.

Por eso mi agradecimiento a las asociaciones de memoria histórica, como Simién, que muchos años después me han ayudado a quítame el letargo y la neblina que envolvía a la vida y muerte de mi abuelo Santos.

También mi solicitud al Ayuntamiento de Luesia y sus vecinos a que no se oponga al pequeño homenaje que es una placa de recuerdo o un monolito o lo que sea que demandan los familiares en memoria de sus seres queridos. Quedan pocos casos, y se ha avanzado mucho, pero aún hay camino que recorrer.

Sin rencor, ni revanchismo ni “ganas de abrir heridas” ni ninguna de esas excusas baratas que lo único que hacen es no querer reconocer el dolor que una guerra civil causa en todos los que sufren y del que algunos no han podido aun encontrar consuelo en 40 años de dictadura y casi 50 de democracia.


Blog de su nieto Pepe Pérez Plano: 


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